La
sopa negra (en griego μέλας ζωμός), era uno de los
platos emblemáticos de la dieta espartana, que se consumía durante
la “sisitia” (comida colectiva del ejército espartano). Este
caldo, ascendido a símbolo de la frugalidad de las costumbres
espartanas, tenía un sabor abominable, pero aportaba a sus guerreros
valor y coraje tradicional espartano. Se trataba en
realidad de un guiso elaborado con carne de cerdo, vinagre, sal e
hierbas aromáticas, oscurecido por la adición de sangre y vino.
Aunque no se ha conservado receta alguna de este plato, se cree que
el vinagre actuaba como emulsificante evitando que la sangre del
cerdo se coagulara durante la cocción.
Según
la leyenda, un hombre de Sibaris (ciudad del sur de Italia famosa por
su lujo y glotonería, de donde deriva el término sibarita) dijo
tras probar la sopa negra que entendía por qué los espartanos
estaban tan dispuestos a morir en el campo de batalla. Probablemente
preferían morir antes que volver a tomarlo.
Plutarco, en la Vida de Licurgo, cuenta que un rey del Ponto, tras
haber oído hablar de esta famosa sopa y sintiendo curiosidad, hizo
traer a un cocinero espartano para que lo preparase. Al probarlo lo
encontró pésimo, a lo que el cocinero contestó que para
disfrutarlo plenamente era necesario bañarse primero en el Eurotas
(el río del Peloponeso que pasa por Esparta), dando a entender que
sólo conociendo las costumbres y tradiciones espartanas, se podía
apreciar un plato propio de un estilo de vida simple y esencial.
El
mismo Plutarco cuenta que los ancianos espartanos no comían carne
(que se dejaba a los jóvenes), prefiriendo alimentarse casi
exclusivamente de sopa negra.