“El dinero no huele”, eso le dijo
el emperador romano Vespasiano a su hijo Tito en alusión al impuesto sobre la orina.
Resulta que en el siglo I no toda la
plebe romana tenía acceso a la red de alcantarillado de la Cloaca
Máxima y por ello usaban unos curiosos baños públicos. Eran
recipientes de cerámica repartidos por la ciudad, donde se recogía
la orina a la que se le daba una función. Se utilizaba como
blanqueante para las togas por su alto nivel de amoniaco.
Vespasiano, como buen político, vio la
posibilidad de engrosar las arcas públicas y creó un nuevo impuesto
sobre la orina: “Vectigal Urinae”. La idea no fue muy bien
acogida y hasta Tito, su hijo, la criticó. Ante esto Vespasiano lo
tuvo claro: lo importante es conseguir dinero sin importar su
procedencia.
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